Los libros y la vida. O de como un negro cabeza armó una editorial.


Texto leido en la presentacion conjunta de Funesiana y Mancha de aceite
el 24/8



por Walter Lezcano

1. No recuerdo cuál fue el primer libro que agarré. De lo que sí me acuerdo es que siempre tuve uno en la mano. Mi vieja para alentarme me decía que dejara de rascarme las bolas e hiciera algo. Había conceptos de ella que yo no entendía: el de ser productivo, por ejemplo. Por supuesto, no le hice caso. En eso y en muchas otras cosas. La cuestión es que toda mi vida, repito: toda mi vida, ha pasado, y lo seguirá haciendo, por lo libros. Los que leí, los que me falta leer, los que robé, los que nunca devolví, los que tienen mis amigos, y así. La lectura, y Los Ramones, ¿para qué negarlo?, me han hecho lo que soy.

De ahí a probar qué tal sería poner algunas palabras en una página en blanco hay un paso. Para algunos corto, para mí inmenso. Es un salto muy peligroso, uno de los pocos que di en mi vida, que pude hacer. Empecé muy despacio, con temor dibujaba el trazo de las letras en un perdido cuaderno anillado, como si de eso dependiera mi vida. Realmente era así. Fue aprender a escribir otra vez porque estaba frente a una lengua desconocida. Una palabra al lado de la otra, una oración pegada a la otra, un párrafo dando paso a otro. ¿Tenía un sentido todo eso? Para nada. De todas maneras era una búsqueda, caminar a tientas en terrenos inexplorados y traer de ahí algo valioso.

Como todos escribí poemas de amor de los que me avergüenzo. Es un camino que hay que atravesar para pasar a otro nivel, no tan fatalista, más poderoso y vital. Después vinieron los cuentos, y hasta pude terminar una novelita. Todo eso fue cuidadosamente destruido, prendido fuego y esas cenizas arrojadas a la zanja que rodeaba mi casa.

2. Cuando terminé el secundario recibí el título como si me hubiesen dado una condena. Desde ese momento estaba por mi cuenta. El papel grueso decía que, después de seis años, me había recibido de Técnico electromecánico. Mirá vos, ni siquiera sabía cambiar un foquito. Tenía dieciocho años y muy pocas ganas de hacer algo. Seguía leyendo y, ocasionalmente, escribía alguna idea. A esta altura del partido eso, y cuando digo eso me refiero a todas esas páginas escritas que acumulaba en mi pieza, fueran mías o de otros, era lo primordial. Pero faltaba la teca, la moneda.

Un tío me dijo por entonces:
—Waltercito, con eso no hacés nada. Los libros no te paran la olla.
Y tenía razón.

3. El Conurbano es la belleza porque es el caos. Todo es azaroso, extraño y ocurre por la fuerza de corazones desbordados de emociones inexplicables. Es hermoso como sólo pueden serlo aquellas cosas sin sentido, únicas.

Llegué a San Francisco Solano cuando tenía diez años. Tengo treinta y uno y puedo decir una verdad: nunca me voy a ir de ahí.
Lo digo porque tengo una identidad, vengo de un lugar que todavía aparece en el mapa y eso le dio un marco a ese vidrio por el que miro la realidad, si es que eso existe.
Cuando salí a buscar trabajo, en casa me aconsejaron que no dijera que era de Solano sino no me iban a tomar. Debía decir que era de Quilmes. Una tierra con Historia, guita y mucho asfalto. Nada que ver con Solano.
Ahora entiendo porqué nunca conseguía buenos trabajos por esa época. ¿O era por otra cosa? ...

...SIGUE EN LA MAQUILADORA...

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