El gusto del vidrio


by Walter Lezcano

Mi padrastro me había echado de casa porque, otra vez, me había quedado sin trabajo. Quería que yo aporte para los gastos y sin laburo no tenía guita como para arrimarle una moneda. No puedo bancarlos a todos, me dijo. “Todos” éramos mi vieja, mi hermanito recién nacido, él y yo. Le conté a Sol cómo venía la mano y ella, casi sin pensarlo, me dijo venite a casa.

Y la seguí. Me sorprendió esa decisión, esa manera de resolver el bardo en dos patadas. Hacía poco que nos veíamos y, la verdad, no pensaba en ella como mi novia ni nada parecido. Era una minita que me daba cabida y nada más, y estaba buenísimo que pasara eso. Pero ella puso los puntos y se la jugó: marcó la cancha y yo me tuve que poner a tiro con esta nueva situación.

Cuando llegué a la casa fue raro porque nunca me habían presentado como novio frente a ninguna familia y era la primera vez que los vería. Yo estaba parado en el living con una bolsa de consorcio en la que tenía dos remeras, un pantalón de jean y un calzoncillo. Eso era todo. Miraba la pared y las fotos colgadas: todas del papá de Sol, al que habían matado en un robo al banco en donde él era seguridad. Mamá ya viene, me dijo y yo me puse nervioso porque miré cómo estaba vestido: jogging, remera y unas Topper negras con un agujero en el talón. Si me hubiese puesto el jean… Pero ya no daba para pensar eso. ¿Te querés sentar?, me dijo Sol y le contesté que sí. Era más cómodo esperar de esa manera. Cuando me acomodé en un sofá amarillo, se escuchó el ruido de la reja de entrada. Mamá, dijo Sol.

La mamá de Sol se llamaba Graciela y me saludó lo más bien. Miró la bolsa de consorcio, me preguntó cuántos años tenía y de dónde conocía a Sol. Después, se fueron a la pieza a hablar: madre e hija. La madre iba adelante y Sol se dio vuelta y me hizo un gesto que quería decir “quedate tranquilo que va estar todo bien”.

Cuando salieron, la madre fue directo a la cocina, sin mirarme. Sol vino hacia mí con una sonrisa. Yo no sabía muy bien cómo sentirme. La abracé y le dije al oído gracias, mi amor. Era la primera vez en mi vida que pronunciaba esa palabra: amor.

Me mostró la pieza donde íbamos a dormir. Había un ropero, una tele de veintiún pulgadas, una cajonera y dos camas de una plaza. Una era de la hermana. Dame tus cosas, me dijo Sol, y le alcancé la bolsa. Abrió un cajón, sacó ropa interior de mujer hasta vaciarlo y la puso en otro, después metió mis cosas en el cajón vacío. Ya está, dijo y sonrió, ¿Qué te parece?, me preguntó abriendo los brazos. Joya, dije.

La primera noche en la pieza me sentí reincómodo porque apenas entrábamos en la cama y teníamos que estar de costado, esa posición me excitaba un poco, pero no podíamos hacer ninguna porque Melany estaba bien despierta mirando tele. Cuando la vi, Sol la presentó: es mi hermana, le dije hola y ella no me contestó, me miró y se acostó en su cama a escuchar música con el celular. Sol me dijo es así, vas a ver que te vas a llevar bien con ella.

Melany se quedó mirando las repeticiones de canal nueve hasta las cinco de la mañana. Sol dormía y yo sólo tenía los ojos cerrados. Recién cuando la apagó pude dormir.

Cuando me desperté, Sol ya se había ido a trabajar. Me fijé la hora y eran las doce y media. Me vestí, fui al baño, me lavé la cara y cuando quise cepillarme los dientes me acordé de que no tenía mi cepillo. Usé uno verde que decía Eze con liquid paper. Después, volví a la pieza, pero no pude entrar porque la puerta estaba con llave. Golpeé un par de veces hasta que me di cuenta de que Melany no me iba abrir. Entonces me fui a la casa de un amigo.

Volví a la nochecita y la encontré a Sol en la puerta. Hola, le dije, y ella me preguntó ¿vos usaste el cepillo de dientes verde? Sí, contesté. ¿Por qué no me avisaste que no tenías? Yo te compro.

Ahí supe que Eze era Ezequiel y también su hermano y que cuidaba sus cosas a full y no se bancaba que nadie se las toque. Armó quilombo con mi vieja, hay que tener cuidado con esas cosas, me dijo Sol preocupada. Disculpá, le dije sin saber qué hacer. Aguantamos acá hasta que se calme, dijo Sol, y nos quedamos en la vereda prestando atención a lo que gritos de Ezequiel a Graciela, hasta que escuchamos que dijo que no me toque nada más, eh. Después escuchamos un portazo y nos dimos cuenta de que Ezequiel se había metido en su pieza.

Cuando papá murió, Eze se tuvo que hacer cargo de todo, me contó despacito al oído Sol cuando estuvimos en la cama. No es malo, pasa que es muy cuidadoso con sus cosas y eso se lo respetamos porque es el hombre de la casa, ¿viste? Se puso la familia al hombro en las malas y nos bancó un montón. Hasta tuvo dos trabajos para poder mantenernos a nosotras tres. Después, mamá se recuperó de la depresión que tenía y consiguió trabajo y Eze pudo dejar uno y estar más liviano. ¿Me dejás dormir?, gritó Melany, y Sol le contestó ésta es mi pieza también, cuando mirás tele hasta tarde nadie te dice nada, pendeja. Má, Sol no me deja dormir. Al toque, Graciela abrió la puerta y nos encaró de una, ¿qué pasa, Sol? Nada, má, dijo Sol. Cuando se fue, cerramos los ojos y Melany prendió la tele...


...sigue en Revista Cítrica

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